viernes, 29 de noviembre de 2013

Huertos de Alquiler

Huertos de Ocio
Iniciativa para recuperar la agricultura en las ciudades


En Madrid, en San Martín de la Vega, en pleno Parque Regional del Sureste, una de las zonas más fértiles de la región, ya es posible hacerse con un huerto, por veinticinco euros al mes.


Hace poco más de un año, tres jóvenes decidieron recuperar los cultivos en la zona y crearon " alegría de la huerta ", una empresa que alquila parcelas a partir de los veinticinco metros cuadrados. No es necesario tener experiencia. El precio incluye riego y asesoramiento.
Según señala, los beneficios de los Huertos de Ocio son muchos, como la satisfacción que produce cosechar tus productos, el ahorro en la cesta de la compra o disfrutar de un espacio en contacto con la naturaleza.
Más información en su página:
www.alegriadelahuerta.es

El siguiente video emitido por TeleMadrid nos muestra como ha sido posible.
http://www.telemadrid.es/noticias/madrid/noticia/huertos-de-alquiler-en-san-martin-de-la-vega


domingo, 3 de noviembre de 2013

Dilemas étiKos de la vida cotidiana

          DE LA ACEITUNA AL ACEITE


            De la uva sale el vino,
            de la aceituna el aceite
            y de mi corazón sale ¡ay!
            cariño para quererte
                                 (Canción popular)

Transcurría el mes de enero. El sol brillaba en aquella mañana de invierno, aunque no calentaba con la misma intensidad.
Felipe y Carmela, vestidos de faena, se afanaban en coger las aceitunas de sus olivos. Era un olivar poco rentable porque muchos de los árboles estaban al borde de los bancales que constituían la finca, por eso seguramente había estado abandonada durante más de veinte años. Ellos con paciencia y trabajo habían logrado recuperar aquellos olivos centenarios y cada año recogían algunos kilos más de aceitunas.
El sistema consistía en recoger a mano las que se habían caído al suelo y después poner una malla para recoger las “del vuelo”, como decían los paisanos. Las iban metiendo en sacos que no fueran demasiado pesados para poder cargar con ellos. Hay que decir que nuestros amigos ya no eran unos jovencitos.
Cuando juntaban unos cuantos sacos, los montaban en el coche y se dirigían a la almazara para que las molieran. Iban haciendo viajes durante toda la temporada para que las aceitunas no se pudrieran en los sacos.
Llegaron al patio del molino donde se recogían las aceitunas. Del saco las aceitunas caían, a través de una rejilla en el suelo,  a una plataforma de metal donde se pesaban. El peso aparecía en un contador digital que había en la oficina. Una mujer joven se encargaba de apuntarlo y entregaba al propietario un papel con el peso de esa partida.
Así ocurrió también en esta ocasión. Salieron del recinto en coche y volvieron a su casa. Al ver el papel se dieron cuenta de que la cantidad que allí ponía era imposible que coincidiera con el peso de las aceitunas que habían llevado.
Y ahí empezaron las dudas. Que si vamos a decirlo a la almazara…que si la chica se habrá confundido y si lo decimos se la va a cargar… que comparado con los miles de kilos de aceitunas que se muelen en la temporada, esta pequeña cantidad no va a suponer nada, ni se enterarán…
Total que cuando les llamaron para recoger el aceite, un tanto por ciento de lo que habían pesado sus aceitunas, fueron a la almazara, preguntaron por el dueño y no estaba. No quisieron decírselo al empleado que atendía.
Volvieron a su casa con el aceite y dejaron de hablar del asunto.
Pero Carmela no se lo podía quitar de la cabeza. Había recibido una educación muy estricta en cuanto a la honestidad y la responsabilidad se refiere, valores que tenía integrados profundamente.
Después de algunos días de diálogo interno, llegó a la conclusión de que unos cuantos litros de aceite no merecían alterar su tranquilidad de espíritu.  Habló con su marido, que estuvo de acuerdo en que fuera ella quien gestionara la resolución del conflicto.
No era fácil enfrentar la situación ante el dueño de la almazara. Pensó llamarle y pedir una cita con él para hablarlo tranquilamente cara a cara.
La conversación merece ser transcrita:
-        Sí…!
-        …Ho, ho, hola, buenos días, ¿es usted el dueño de la almazara Mesel?
-        Sí, soy yo dígame.
-        Me gustaría hablar con usted personalmente. Es un asunto un poco delicado… ¿Cuándo podríamos quedar?
-        Pero ¿de qué se trata? Dígame qué quiere usted!
-        Verá, nosotros hemos llevado nuestras aceitunas a su molino y creemos que ha habido un error en el peso.
-        ¿Un error? Y ¿cómo lo sabe usted? ¿qué pruebas tiene? (en tono bastante enfadado)
-        Bueno, tengo el justificante del peso…
-        Exactamente! Esa es la prueba de que todo está correcto.  
-        Bueno, es que creemos que nos han pesado más de lo llevábamos…Quizá la máquina…la chica…
-        ¡Pero quien es usted! ¿Está reclamando que la hemos dado de más?
-        Sí, sí, eso mismo.
-        Señora, es la primera vez en mi vida que alguien me plantea una cosa así. Reclamaciones al contrario recibimos algunas, pero como ésta, jamás. Me gustaría conocerla, señora. Y ¡no se preocupe por el aceite de más, eso no tiene ninguna importancia! Quédese tranquila, mujer.
-        ¡Ah, muchas gracias, señor! Algún día iré a verle, se lo prometo.
-        Un saludo y gracias por ser así.
-        Gracias, adiós.

Y de esta manera, Carmela y Felipe se quedaron con la conciencia tranquila y con el aceite, regalo de la casa Mesel. Así pudieron repartirlo entre sus hijos; contando cada vez divertidos la anécdota del aceite y las aceitunas.